La lección pasada
concluye con una idea totalmente nueva para la mayoría de los cristianos: “Dios
no condena a nadie, es el mismo hombre quien decide su destino”.
Así las cosas, en
la Parusía Dios no viene a condenar a juzgar porque el ser humano es un ser
absoluto, con la capacidad de definir el rumbo de su vida. Mas bien, el Dios de
Jesucristo que respeta la libertad que Él mismo otorgó al hombre le propone y no impone el camino a
para alcanzar la salvación; un ideal no sustentado en ideologías o personajes
transitorios sino en una relación con su Hijo Jesús que es luz para guiar la
libertad humana.
La suerte al final
de los tiempos se determina por dos condiciones que la Sagrada Escritura
enseña:
1)
La aceptación de la Palabra
(Jesucristo).
“Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado,
porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito más las tinieblas que la luz,
porque sus obras eran malas” (Jn 3, 17-19).
2)
El ejercicio de la caridad.
Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y
acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria,
y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros,
como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su
derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que
estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me
disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me
acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme». Entonces le responderán los justos: «Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de
beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos?, o
¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?» Y el Rey, en
respuesta, les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Entonces dirá a los que estén a
la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y
no me disteis de beber; era peregrino y
no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y
no me visitasteis». Entonces le replicarán también ellos: «Señor, ¿cuándo te
responderá: «En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos
más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio
eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna» (Mt 25, 31-46).
En el evangelio de
Juan presenta la cuestión juicio crisis e incredulidad y en el caso de Mateo
parte de la dimensión del amor o desamor, aspectos no contradictorios sino
complementarios por cuanto la autenticidad de la fe parte de contemplar a
Cristo en el prójimo, no es posible afirmar que se tiene fe si no considera
también el dolor de los demás. Siendo que el otro no es aquel que uno escoge,
la atención debe orientarse en el anónimo, el no conocido, como bien lo expresa
Jesús en la parábola del “Buen Samaritano”, atender incluso al que se considera
enemigo.
La manifestación
del Señor glorioso requiere reconocerlo en al figura del siervo doliente, la
actividad caritativa del cristiano no radica en la mera filantropía sino como
necesidad espiritual, la gloria de Dios se contempla desde el que sufre pues si
no se reconoce a Dios en su debilidad histórica y de siervo tampoco se le
reconocerá en la majestuosidad.
El juicio crisis de
cada uno no es algo que Dios emite, es lo que el creyente construye a partir de
su relación con Jesús manifestado en el sufriente. Dios es simplemente el
testigo de los actos del hombre pero son estos actos lo que determinan el
juicio de cada uno. La importancia de prestar atención al otro lo deja de
manifiesto el magisterio de la Iglesia al afirmar que la salvación se alcanza
en el ejercicio de la caridad e incluso pueden alcanzarla aquellos que obran
con recto corazón:
A
esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes, poseyendo el
Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su organización y todos los medios
de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible están unidos con
Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los Obispos, por los
vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión
eclesiástica. No se salva, sin embargo, aunque
esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece
en el seno de la Iglesia «en cuerpo», mas no «en corazón». Pero no
olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben
atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la
que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán
juzgados con mayor severidad (LG 14).
Ni
el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios
desconocido, puesto que todos reciben de El la vida, la inspiración y todas las
cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven
(cf. 1 Tm 2,4). Pues quienes, ignorando sin culpa
el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón
sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su
voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la
salvación eterna. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios
para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento
expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de
Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia
lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a
todos los hombres para que al fin tengan la vida (LG 16).
Repasando lo abordado en lecciones
pasadas, en la Parusía se dan tres acontecimientos: el juicio, la resurrección
de los muertos y la nueva creación. De los cuales el tema más intrincado es
¿cómo será la resurreción de los muertos?, asunto que ha generado herejías en
la historia de la Iglesia.
Para empezar es imprescindible partir que
resurección no es reanimación del cadáver, por tanto lo que sucedido Lázaro (Jn
11,1-45) y al hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17) no fue resurrección, en
algún momento ellos morirían y la resurreción es pasar a un estado de no morir,
superar la condición mortal.
Varios Padres de la Iglesia justificaban
la resurrección como una manifestación del poder creador de Dios, ya que si
pudo crear de la nada no tendrá problema en resucitar un muerto, cumpliendo el
principio “el que puede lo más puede lo menos”. El problema surge con la
posición al respecto de los gnósticos cristianos para quienes la materia es mal
y por ello Dios no puede resucitar lo despreciable.
Los gnósticos no consideraban la
resurrección de la carne, veían la resurrección como el paso a un nivel
superior de conciencia, es necesario superar lo material y carnal, desprenderse
de la sucia existencia, liberarse del cuerpo es necesario; por lo que les
agrada la idea de separación alma-cuerpo al morir, piensan en la inmortalidad
de las almas unida a la resurrección de los justos.
La respuesta de la Iglesia de acuerdo a
la fe revelada expresa si Jesús resucitó tuvo primero que encarnarse, lo que
salió del sepulcro no fue un fantasma, el fuerte mensaje de la tumba vacía es
Dios quiere salvar la integridad del ser (un ser completo alma y cuerpo). Y he
aquí que surge otro conflicto, si la salvación es para el ser humano completo,
debe resucitar la persona en su totalidad, el mismo cuerpo que constituyó su
vida en la tierra pues si fuera otro perdería su identidad.
De modo que Dios resucita aquello que
permite al ser humano relacionarse, resucita lo corporal no la materia, es lo
que afirmaba Orígenes. Sin embargo fue mal interpretado, espiritualizaron tanto
su pensamiento al punto de llegar a admitir que no es necesaria la materia
porque el cuerpo resucitado no la necesita. La influencia gnostica duró mucho
tiempo, sus ideas se perciben en los símbolos de fe de la Iglesia
La expresión “resurrección de la carne”
se utilizó para refutar el pensamiento gnóstico del “cuerpo espiritual” de
clara concepción dualista, posteriormente el credo cambia por una expresión más
integral aún, al profesar la “resurrección de los muertos”afirma que esta se
hará en la carne en de cada persona.
El Concilio XI de Toledo afirma:
En una realidad
espiritual no puede surgir una corporalidad espiritual de modo espontáneo sino
de la misma materia que ahora poseemos, debe reconformarse pero no visto como
un mero cambio de piel. Una corporalidad en continuidad con la materia que
ahora tenemos, la materialidad de esa corporalidad no puede ser identificada
porque mañana la materia será diferente pero no así la corporalidad. Hay un
elemento de continuidad entre la corporalidad material y la corporalidad
espiritual.
Preguntas que
genera el tema:
Si hay un juicio entonces debe haber una sentencia, Cuál es el papel de Dios es él quién emite la sentencia? Y si es el ser humano quien se condena a sí mismo ¿no será que por convicción crea que lo actuado está bien y se salve? Si Cristo es el modelo, entonces en el juicio alguien debe definir si la persona cumplió no no ese modelo, ¿o es que queda a la conciencia del hombre? ¿entonces será el juez el que emite sentencia?
Fuentes
complementarias:
Constitución
dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”.
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html
Ratzinger, J.
(2007). Escatología-La muerte y la vida eterna. España: Editorial Herder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario