domingo, 26 de julio de 2020

LECCIÓN 11. ¿Es la Parusía una segunda venida de Jesucristo, cómo entenderla?



El cristianismo profesa que en la consumación de los tiempos  los creyentes participarán de una realidad perfecta, es algo que se intuye pero que no se puede disfrutar hasta salir de la realidad actual. Los Santos Padres de la Iglesia usaban el término “dies natalis” (día del nacimiento) para referirse al día de la muerte, el día del nacimiento al cielo.

La Parusía es comparable con el nacimiento, el niño al salir del vientre va hacia una realidad diferente. Curiosamente las personas que han tenido una experiencia cercana a la muerte mencionan que ven una luz, un efecto similar al experimentado cuando se nace. La primera impresión del que muere será el rostro amoroso del Padre para aquellos que en su vida así lo han querido; pero para otros darse al darse cuenta que existe un amor pleno y no poder disfrutarlo pues lo rechazó abiertamente, eso es el infierno.

El único elemento que dispone el hombre para entender la Parusía es la encarnación de Dios en la historia. El evento Jesucristo marca un punto definitivo pues toda la acción de Dios se concentra en su Hijo, de ahí vemos como toda la creación se ve involucrada. El Padre muestra en Cristo todo lo que quiere realizar en el ser humano llevándolo a la plenitud; y sólo lleva al ser humano a plenitud porque todo lo demás que ha sido creado en cierto modo ya goza de plenitud porque no son sujetos de pecado.

 

La aparición de Dios en el mundo constituye el acontecimiento decisivo que imprime a la historia su orientación definitiva; con Cristo ha irrumpido en el mundo “lo último”, o, tal vez mejor todavía, él es “el último”. El contenido concreto de la esperanza cristiana no es solamente “lo último”, sino también “las cosas últimas”, aquello que espera al hombre, sea el fin de la historia (escatología colectiva o final), sea al término de su vida mortal (escatología personal o “intermedia”). En efecto, la esperanza cristiana no puede otro objeto último que no sea Dios mismo, que se nos manifiesta en Cristo. La escatología cristiana no nos habla, por tanto, de un futuro intramundano superable en principio por cualquier otro acontecimiento, sino del futuro absoluto, que es Dios mismo. Jesús como acontecimiento escatológico nos abre el sentido de las ultimidades del mundo y del hombre. Lo que en él ha acontecido ya de modo aún velado, los que desde su resurrección es realidad en él que es la cabeza, espera la manifestación plena en todo su cuerpo.(Latuorelle R-Fisichella R, (1992), Escatología).

 

  La Parusía no es un evento que se da de modo independiente para cada persona, el juicio si es personal e independiente. El estado de plenificación total de la Parusía no puede ser verificado en cada persona individualmente ya que Dios no vino a salvar a un individuo sino que lo hizo en beneficio de toda la humanidad, es toda la creación la que participa. El  “Dies natalis” se aplica en dos momentos de la vida de Jesús, la encarnación y la resurrección; existe una relación importante entre el día del nacimiento y la dimensión pascual porque la pascua de Cristo no solo es su resurrección sino también la encarnación, de ahí la expresión “felices pascuas”. Jesús asume la materia para llevarla a plenitud, en su persona incluye la totalidad de la creación, pues el ser humano es la síntesis completa de todos los componentes de la creación, no es solamente un ser pensante además posee materia orgánica y en ese sentido toda la creación está incluida en la persona de Cristo.

 La encarnación muestra que el proyecto de Dios para el hombre involucra toda la creación porque Dios pues pudo haberlo hecho sin encarnarse, pero al hacerlo implica que la creación se asocia a la redención, involucrada no mirando su particularidad sino tomando la dimensión material del cuerpo humano y al  llevarlo a la plenitud incluye  a toda la creación. De tal modo el cuerpo que está llamado a espiritualizarse es el mismo cuerpo, no hay otro pues para mantener la realidad personal es necesario mantener el mismo cuerpo, si fuera de otra forma cabe decir si Dios nos diera otro nos destruye.

  

La Encarnación implica necesariamente la historia: el hombre nuevo no puede ser hecho; únicamente se hace a sí mismo. Se hace a lo largo de esa historia que va desde el nacimiento de Jesús hasta la Resurrección y que es la maqueta del tiempo, desde la creación hasta la escatología. La Encarnación ha convertido el tiempo en historia, y por eso se la califica de “final de los tiempos”. Esa historia la caracteriza Irineo, tanto en Jesús como en nosotros, como el “lento acostumbrarse” del Espíritu a morar en la carne, y de los hombres a captar y llevar a Dios. Tan necesaria es esta historia de libertad que Dios no habría podido hacer, ya desde el principio, una creatura libre con la calidad del Increado.(González, (2016), pág. 444).


 

 ¿Segunda venida de Jesús?


 Decir que Jesús viene se interpreta como que el cristiano vive sin él. Utilizar el término segunda venida no es bíblico, es una expresión surgida para marcar el tiempo de la misión que vive el cristiano, se habla de segunda venida en sentido catequético. Jesús no está ausente, la resurrección no inaugura un vacío cristológico, él ejerce un señorío en la historia manifestado en la vida comunitaria y sacramental, es decir “vas a misa porque Jesús es Señor”.

 Existe una sola venida de Jesús en tres fases:

 1-Fase de entrada: Jesús se revela como siervo.

2-Fase simbólica: Jesús se revela como hermano (podemos decirle a Dios Padre), revela su presencia            como Señor.

3-Fase Parusía: Jesús se revela en su gloria y majestad.


 Actualmente Cristo no coexiste con nosotros en condición de fragilidad sino como Señor reinante y glorioso pero nuestra fragilidad nos impide verlo, pero que al final de la historia su manifestación gloriosa será vista por todos. La tensión hacia la Parusía nos da el criterio para afirmar que el cristianismo es la religión de la presencia. En la liturgia se hace presente palpablemente por medio de los ministerios, esa presencia se da en todo momento y no es que solo cuando se le invoca; se hace presente sin el uso de palabras ya que no son condición para ello, si se pensara que son necesarias de pronunciar esas palabras sería un conjuro, es Cristo mismo quien se hace presente y no las palabras pronunciadas. En la liturgia el cristiano está tan consciente de la presencia de Cristo que hasta se materializa esa presencia no por acción del hombre sino de Dios. El acto de fe más profundo de fe del cristiano no es creer en lo que Dios puede hacer sino saber que Dios lo está haciendo.

  

Preguntas que genera el tema:

  ¿Qué sucede con el mundo material una vez dada la Parusía, desaparece?

 

Fuentes complementarias:

 González, J, 2016, La humanidad nueva. Editorial Sal Terrae, España.

 Latuorelle R-Fisichella R, 1992, Diccionario de Teología Fundamental. Editorial San Pablo, Madrid.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


2 comentarios:

  1. Hola Martín, como bien lo apuntas “la esperanza cristiana no puede otro objeto último que no sea Dios mismo, que se nos manifiesta en Cristo”. Hay un refrán que dice “la esperanza es lo último que se pierde” y talvez podamos modificar esa frase un poquito para darle otro enfoque. Talvez podríamos decir que “la esperanza es lo único que no se pierde”. No se pierde para no estar tristes, porque no estamos solos, porque la vida eterna es una realidad que Jesús nos ha mostrado, que no se pierde porque tenemos la posibilidad de ser redimidos, no se pierde porque la muerte no es el fin de nuestras vidas sino el fin de nuestra historia. Porque tenemos la posibilidad de dar amor a otros, porque tenemos la oportunidad de ver el rostro de Cristo en los pobres. Esperanza porque como nos dice San Pablo en su Carta a los Romanos:
    “"Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor." (Rm. 8, 38-39)

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  2. Hola Martín, este tema de entender que sólo es una venida de Jesús concretizada en tres momentos distintos, una sola historia tres momentos, es clave porque si está muy arraigado en el pensamiento del pueblo cristiano el tema de la segunda venida, no así el tema de la presencia de Cristo que de forma permanente se encuentra presente en medio de su pueblo.

    Benedicto XVI en el rezo del Ángelus del I Domingo de Adviento el 2 de diciembre de 2012, detalla de manera muy hermosa estos tres momentos, sobre todo haciendo mucha referencia a la presencia de Cristo por su Palabra.

    "En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Cristo. La primera es precisamente la Encarnación; la segunda el retorno glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes —y no se nos es dado saber cuánto—, en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ya ha realizado esa transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Pero antes del fin, es necesario que el Evangelio se proclame a todas las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cf. 13, 10). La venida del Señor continúa; el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la Esposa prometida del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cf. Ap 21, 9), en comunión con su Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya comienza su retorno glorioso."

    Debemos por tanto contribuir a superar ese tipo de concepciones que sin duda no provocan la experiencia de salvación que Dios que quiere para todos los hombres de buena voluntad. Saludos.

    http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_ang_20121202.html

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