La palabra Parusía es un término helenista, en el Antiguo Testamento no se menciona el término como tal, pero si se da una desarrollo teológico que va marcado en los acontecimientos del pueblo de Israel que van desarrollando la comprensión del misterio de Dios.
Parusía: proviene del griego
En el Antiguo Testamento se dieron hitos también llamados “alianzas” que se agrupan en básicamente dos tipos: alianzas permanentes (Dios es el garante) y las alianzas que dependen de la voluntad del hombre. En estos hitos se aprecian las “parusías”, la presencia del Señor en favor de su pueblo.
Alianza con Noé:
Es una alianza permanente pues Dios mismo es quien da garantía que lo prometido nunca se romperá (Gn 9, 8-11).
Alianza con Abraham:
Quien firma la Alianza es Dios mismo, es el que pasa en medio de los animales partidos a la mitad. Abraham es tomado como modelo de fe por ser capaz de ofrecer en sacrificio su hijo a Dios (Gn 22,1-19). El cordero que sustituye a Isaac es imagen de Jesús quien no tendrá sustituto. La promesa hecha a Abraham es unidireccional por parte de Dios.
Alianza con Moisés en el Sinaí:
Esta alianza se rompió pues el pueblo no fue capaz de mantenerla, es una alianza que se apoyaba en la fidelidad del pueblo. Se mantendría vigente mientras el pueblo cumpliera las normas establecidas por Dios.
Entonces el Señor dijo a Moisés: — Anda, baja porque se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste del país de Egipto. Pronto se han apartado del camino que les había ordenado. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han exclamado: «Éste es tu dios, Israel, el que te ha sacado del país de Egipto». Y dijo el Señor a Moisés: — Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. (Ex 32,7-9).
Alianza davídica-mesiánica:
Es una alianza permanente en la que Dios se compromete a que de la casa de David saldrá el descendiente que mostrará fidelidad plena a Dios. Así las cosas, era imposible que el Mesías no fuera el mismo Dios encarnado. Jesús es el único que libre del pecado se muestra fiel al proyecto del Padre para la humanidad. En Jesús no se muestra lo que Dios puede hacer sino lo que hombre puede hacer cuando se deja guiar por Dios.
La alianza que hace Dios con el hombre al encarnarse, hablarle con palabras humanas (DV12), pasar por la cruz y la resurrección está marcada por la perpetuidad, es la que inaugura los últimos tiempos; no hay nada más que esperar, en Cristo se ha inaugurado la plenitud la esperanza más excelsa en la que el hombre se ve inserto, vive “el ya pero todavía yo” y camina hacia la consumación perfecta.
La Parusía entendida como el advenimiento de Cristo lo intuían los profetas, la figura del “hijo de hombre” en el libro de Daniel (Dn 7) es la clara muestra de la ley de dilación de la que habla la teología, el profeta expresa con sus palabras un adelanto de lo que vendrá. Identifica al mesías como un hijo de la humanidad pero al mismo tiempo con características celestiales.
El Hijo del hombre recibe del anciano sentado en el trono del imperio, todo el honor y la autoridad para gobernar sobre todas las naciones y lenguas, su alcance es universal y por tanto tiene efecto sobre toda la creación y no solo sobre el pueblo de Israel. Esta intuición es un salto muy grande para la época, tomando en consideración que el escrito final del libro recopila redacciones del siglo V al II antes de Cristo (cfr. Vázquez,2019, pág. 219).
El Nuevo Testamento está sustentado siempre como el advenimiento glorioso de Cristo como Señor al final de los tiempos. Dentro del marco del Nuevo Testamento la parusía siempre se asocia al fin de la historia. Y aunque en los textos sagrados encontremos la expresión fin del mundo, no es el fin de la creación sino el fin de la transitoriedad de esta creación. No alude nunca a la destrucción sino que hace referencia a una dimensión de plenitud.
No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron. Así pues, como palabra del Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor, no los que murieron en Cristo; después, nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a las nubes junto con ellos al encuentro del Señor en los aires, de modo que, en adelante estemos siempre con el Señor. Por tanto, animaos mutuamente con estas palabras.
La Parusía en el Nuevo Testamento es llamada el Día del Señor, es una transposición al Día de Yahveh, evidenciando así una clara continuidad que lleva a afirmar el inicio de la consumación de una obra iniciada, una nueva creación que encuentra su plenitud de modo que el hombre no vive para la eternidad sino que vive en la eternidad.
Día del Señor:
El día del Señor en el Nuevo Testamento es el “día del Hijo del hombre”, el que se espera para el fin de los tiempos es Jesús glorificado bajo los rasgos del Hijo del hombre (Lc 17, 24ss). Jesús utiliza aquí las descripciones clásicas del AT, con el aparato de teofanías grandiosas, especialmente en el “apocalipsis sinóptico” (Mt 24 p). Aquí se reconocen los elementos guerreros (24,6ss), cósmicos (24,29), el sobresalto de los idólatras (24,15), la selección del juicio (24, 37-43), el carácter súbito, imprevisible del día que viene (24,44). En una palabra, el Nt conoce como el AT un día que marcará el triunfo de Dios por su Hijo Jesús. Entonces tendrá lugar el restablecimiento de todas las cosas ( Hch 1,6; 1.19s), con miras a la salvación (1 Pe 1,4s), que verá la transformación gloriosa de nuestros cuerpos (Flp 3,20s).
El cristianismo vive con la esperanza que este acontecimiento se va a dar, la realidad está siendo continuamente transformada hasta llegar a la consumación denominada Parusía, no es alimentar la confianza en que Dios libra de alguna situación sino que en determinada circunstancia Dios siempre está haciendo algo; el teólogo protestante Jürgen Moltmann dijo “la esperanza radica en saber que todo no está en nuestras manos”.
El deseo de la Iglesia primitiva no pierde vigencia, Maranatha no es una petición para que Dios venga, es una confesión de fe “Jesús está aquí”.
Preguntas que genera el tema:
¿Cómo se transforma la fe de los primeros cristianos de esperar en una intervención de Dios en la historia a esperar la Parusía?
¿Al no llegar pronto la Parusía esperada en la iglesia primitiva, cuáles elementos son los que hacen mantener la esperanza?
Referencias complementarias:
Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación.
Recuperado de:
Léon-Dufour, X. (1972). Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona.
Léon-Dufour, X. (2002). Diccionario del Nuevo Testamento, Editorial Desclée Brouwer, España.
Vásquez, J. (2019). Guía de la Biblia, Editorial Verbo Divino, España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario