El tema central de la Escritura es la relación del ser humano con Dios, en esta no vamos a encontrar desarrollos filosóficos, sino convicciones de fe que dan respuesta a las interrogantes del ser humano. Para la Biblia la muerte no es un asunto meramente biológico, sino quien está muerto es todo aquel que ha roto su relación con Dios.
El ser humano rompe su relación con su Creador a través del pecado y es entonces que se produce la muerte, estar muerto es no tener relación con Dios, al darse la ruptura sobreviene la muerte física. Curiosamente el hombre teme a la muerte física y no le procura miedo su estado relacional con Dios, al punto que muchos pueden estar vivos biológicamente y a la vez muertos.
Para comprender mejor se parte del hecho que Dios es el creador de todo cuanto existe, el proyecto original es que sus criaturas tengan vida y por ende lo natural es que miren hacia la vida que es Él mismo. Siendo así la muerte no es algo natural, es lo más antinatural porque no hay ser humano sin relación con Dios, un ligero ejemplo es “la acción de caminar requiere un esfuerzo pero es algo connatural, así vivir requiere esforzarse pero es algo connatural, es más difícil morir y por ende la muerte no es algo connatural al ser humano”.
Ahora bien, si lo natural es la relación con Dios; ¿por qué el hombre muere? La Sagrada Escritura responde que la muerte entra al mundo por el pecado que a su vez en inducido en el ser humano por la influencia del diablo.
“Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces” (Sab 2, 23-24).
Lo que el diablo envidia es que el ser humano no tiene chance de ser demonio por siempre gracias a la posibilidad del don de la redención otorgado por Dios, en cambio el demonio no tiene esa opción sus acciones son eternas; por lo que habiendo el hombre cometido el mismo pecado que el demonio siempre puede volver a Dios si se lo propone y con ello recuperar la vida.
El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios los ángeles no, siendo pues más divino que los ángeles mismos. Por lo que aquella trillada frase que escuchamos cuando un niño muere, “ahora es un angelito Dios lo quería para Él”, no tiene ningún sentido porque el ser humano no fue creado para alterar su naturaleza, y aún más gracias a Jesucristo se hace hijo en el Hijo al punto de estar a la derecha de Dios Padre porque donde está la cabeza de la Iglesia ahí están sus miembros.
2Co 3,18: “Y todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos”
Col 2,9: “Porque en Cristo reside la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él, que la cabeza de todo principado y de toda potestad”.
Col 2,13: “Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos”.
Ni la muerte moral ni la muerte física son elementos queridos por Dios, el pecado no fue introducido por el ser humano sino por el demonio y el ser humano con sus acciones le permite entrar y luego la muerte, lo que el diablo quiere es separar (dia-bolos) al hombre de Dios.
“¿No sabéis que, si os ofrecéis a alguien para obedecerle, os hacéis esclavos de ése a quien obedecéis? Así, la esclavitud al pecado conduce a la muerte, y la obediencia a Dios, a la justicia” ( Rm 6, 16)
En la muerte del hombre, no se cumple simplemente un hecho biológico, como el final de un ciclo en la naturaleza, sino que se manifiesta un poder vigente en el mundo, en el que se encarna el última enemigo del Dios de la vida (cfr. 1Co15,26; Ap 20,14). Pablo habla de este poder como de una realidad que entró en el mundo por el pecado (Rm 5,12) y que, desde entonces, ha instaurado su dominio en el mundo. (Lona, 2008, p. 253)
La inmortalidad desde la perspectiva bíblica significa la comunión eterna con Dios y no meramente al extensión indefinida de la vida conocida, idea proveniente del pensamiento griego; quienes además consideraban que la vida se prolonga como un recuerdo en la historia. Un claro ejemplo de lo anterior es la película “Coco” de Disney cuyo personaje principal se esfuerza por no olvidar a sus antepasados son pena de que si lo hace sus familiares difuntos no podrán pasar el puente hacia la eternidad.
El mundo griego consideraba al ser humano como la conjunción de cuerpo y alma, en la que el alma era el yo, el cuerpo un receptálo del alma o una cárcel en que se encontraba presa; al morir el cuerpo podía desaparecer pero la persona seguía existiendo por la la inmortalidad del alma. El pensamiento dualista de Platón llevará a despreciar el cuerpo y a exaltar el alma, llegó a hablar de la transmigración del alma casi entendida como una reencarnación pues consideraba el alma como el yo que puede compartir diferentes estados o condiciones. Por lo que era más fácil hablar de una realidad espiritual sin importar lo que pasara con el cuerpo.
En cuanto a la visión hebrea, el Antiguo Testamento cuando habla de la persona la relaciona con tres componentes integrales, el basar, el nefesh y ruah.
Basar: significa originariamente la carne de cualquier ser vivo, hombre o animal: Is 22,13; 44,16; Lv4,11;26,29. De ahí pasa a designar al mismo ser viviente en su totalidad, en cuanto visiblemente emplazado en el campo de percepción visible de los demás seres. La carne es la manifestación exterior de la vitalidad orgánica; en este sentido, su significado se aproxima al que en las lenguas modernas tiene el cuerpo en textos como Nm 8,7; Jb 4,15; 1R21,27. Basar se emplea además, frecuentemente, como designación del hombre entero: Sal 56, 5.12 (la carne del v.5 pasa a ser el hombre del v.12). La designación del hombre como carne sugiere a menudo los matices de debilidad -no solo física, sino también moral-, fragilidad y caducidad inherentes a la condición humana: Gn 6, 12 (la carne se asocia a una conducta pecaminosa); Is 40,6 (la carne es tan efímera como ha hierba campestre) ( De la Peña,1988, pag. 20)
Nefesh: se asocia al principio vital que en el Antiguo Testamento se relacionaba con la sangre y que posteriormente se le relacionará con el alma. El Levítico afirma “la vida de la carne está en la sangre, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras vidas, pues la expiación por la vida se hace con la sangre” (Lev 17,11). El basar no tiene vida sino tiene nefesh.
Es el centro vital inmanente al ser humano, la persona concreta animada por su propio dinamismo y dotada de sus rasgos distintivos, hasta el punto de que con este término se puede significar lo que hoy llamaríamos la personalidad o la idiosincrasia de tal o cual ser humano; así se dice que Israel -que fue extranjero en Egipto- “conoce la nefes del extranjero” (Ex 23,9) ( De la Peña,1988, pag. 21)
Ruah: el hombre es el ser constitutivamente abierto hacia arriba; esta apertura trascendental de ser humano puede ser colmada por la colación del ruah. El término significa primeramente brisa, viento: Gn 3,8; Ex 10,13; Is 7,2; consiguientemente, significará la respiración (Gn 41,8) o incluso la vitalidad (Gn 45, 27; Jue 15,19). Pero en la mayoría de los casos se usa para denotar el espíritu de Yahvé. Se trata, por tanto, a diferencia de nefes, no ya del aliento inmanente al ser vivo, sino de una fuerza creadora o de un don divino específico: Jb 33,4; 34,14-15; Sal 33,6; 51,12-13; 104,29-30; Is 31,3. ( De la Peña,1988, pag. 24)
El ruah es único y exclusivo del ser humano, es el soplo de Dios. Es lo que otorga al ser humano razón y voluntad porque es lo que en cierta forma lo hace semejante a Dios; otorga la capacidad de pensar y de ser libre, le permite experimentar emociones. Para el judío ninguno de estos elementos puede subsistir por sí solo pero la más importante es el ruah pues es el que determina el diálogo que Dios establece con el ser humano y por tanto si Dios habla espera una respuesta del hombre y es tan fundamental el asunto que su existencia depende de la escucha constante de la palabra divina.
El cristianismo toma la concepción hebrea y la desarrolla aún más, considera que Dios al crear al ser humano no es que toma un alma y se la asigna a un cuerpo producto de la relación de los padres sino más bien un alma no puede existir sin estar referida con la materia, ni un cuerpo humano es tal sino está animado por el alma.
Por tanto, cuando se afirma que el alma es “creada”, es menester hacer algunas distinciones:
a) La creación es una producción de la nada. Pues bien el alma se produce en la materia, aunque no de la materia: jamás se ha producido un alma sin una materia organizada, no hay materia dispuesta a convertirse en cuerpo humano antes de recibir el alma humana. Por eso, la producción del alma, a diferencia de la creación del mundo, supone necesariamente una realidad creada ya existente.
b) En la producción del alma la acción divina no tiene como término al alma separada, sino al hombre completo: efectivamente, el hombre no es un conglomerado de dos substancias completas, sino un único sujeto encarnado. El cuerpo humano no es la misma materia inorgánica que preexistía y que era necesaria para su generación. (Flick-Alszeghy, 2006, n.º 253)
De tal manera al resucitar Jesús lo hizo en su totalidad en cuerpo y alma. Con la resurrección de Jesús se revela que toda persona es la que está frente a Dios, el alma (el yo) es un integral del ser humano y no solo un componente aislado, de modo que es posible afirmar que todo el hombre en su ser integral es inmortal.
La pervivencia tras la muerte aparece, por ejemplo, en la parábola del pobre “Lázaro” (Lc 16,22) o en la promesa al Buen ladrón (“hoy estarás conmigo en el paraíso”, Lc 23,43). Por otra parte, la idea de que se puede perder o ganar el alma (Mc 8, 36; Mt 10,39), alude evidentemente a la pervivencia del sujeto y a la vida del más allá: “temed a aquel que puede mandar el cuerpo y el alma al infierno” (Mt 10,28); aunque la palabra “alma” tenga aquí un sentido más genérico que en el uso filosófico. (Lorda, 2009, p. 204).
En pocas palabras para finalizar, “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes, sino que todo lo creó para que subsistiera” (Sab 1, 13-14). Ante la discusión que le plantean los saduceos Jesús responde “Dios no es es un Dios de muertos sino de vivos” (Mc 12,27). De manera que la vida a la que se refiere Jesús no es meramente biológica sino algo que va mas allá, la vida terrenal se acaba y nadie puede comprarla ni pagar a Dios por salvarse (Sal 49,7), pero la vida eterna que Dios nos ofrece si está en nosotros aceptarla o darle la espalda.
Papa Francisco reflexiona acerca de la muerte.
Preguntas que genera el tema:
¿Hay influencia griega (alma separada del cuerpo) en el pensamiento del apóstol Pablo cuando escribe “Así pues, siempre llenos de ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos desterrados lejos del Señor, pues caminamos en fe y no en visión… Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor” (2Co 5, 6-8)?
Fuentes complementarias:
De la Peña, J. (1988). Antropología teológica fundamental. Editorial Sal Terrae, Santander.
Flick M, Alszegy Z. (2006). Antropología Teológica. Ediciones Sígueme, Salamanca.
Lona, H. (2008). ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?. Editorial Claretiana, Argentina.
Lorda, J. (2009). Antropología Teológica. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona.
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