Retomando el tema de la lección anterior, para el judío los “componentes” del ser humano no existen por separado sino que conforman una unidad integral. Así cuando el Evangelio según Juan expresa que el verbo se hizo carne significa que Jesús asume absolutamente toda la condición humana, su fragilidad física y moral, su inclinación hacia el pecado como todo hombre, solo que Jesús decide no pecar y su plena confianza en el Padre. De ninguna manera Jesús rechaza su fragilidad, en el Getsemaní siente hambre, sed, frío, cansancio y ante la tentación responde desde la Palabra de Dios. De manera que no es justificable la denominada “ética de la carencia” en la que la persona se justifica al decir que peca porque le hace falta tal o cual cosa, si Jesús hombre verdadero no peca por decisión propia, así cualquier persona puede hacerlo.
En el tema de la semana
pasada se abordó la concepción judía del hombre como ruah, basar y nefesh. El
ruah es la dimensión de espíritu, no la parte espiritual, sino su condición de
relación con Dios, y cuando se da la ruptura de esa relación es cuando
sobreviene la muerte no entendida en plano biológico pues alguien puede
presentar signos vitales físicos y estar muerto ante Dios. La vida fue dada por
Dios al ser humano y por a través del soplo divino lo dota de razón, voluntad y
libertad.
Uno de los rasgos más
sobresalientes del ser humano es su libertad, gracias a ella es capaz de amar y
tomar decisiones. El profeta Isaías y posteriormente Jesús afirma que él ha
venido a devolver la libertad a los cautivos (Lc 4,18), con ello está diciendo
que le devuelve al hombre aquello que lo determina como ser vivo en vista de
sus facultades de pensar, decidir y con ello de restablecer su relación con
Dios. También el pasaje de Lucas indica el lugar teológico del encuentro con
Dios, los pobres; pero a la pobreza que llama Jesús no es hacia la miseria sino
la poner los bienes al servicio de los demás, que la riqueza de unos no
signifique la carencia de otros.
La lección de la semana seis
desarrolla el tema del lugar de los muertos. El conflicto más grande para los
israelitas es que la existencia del ser humano desaparezca, si el ruah llegara
a desaparecer, si aquel soplo que viene de Dios se extingue puede decirse que
de alguna manera Dios también desaparece, se daría una contradicción pues Dios
siempre es vida y no tiende a la muerte. Yahveh es el Señor creador, no puede
ser creador y destructor a la vez porque en Dios no hay contradicción.
Entonces si el hombre no se
desaparece al morir ¿a dónde va?. Para el judío el lugar de los muertos es el
Sheol, el lugar teológicamente consecuente en el que la muerte no destruye la
existencia.
Según el
pensamiento bíblico todo los muertos se reúnen en el sheol, los israelitas se
imaginaban este lugar bajo la tierra, bajo el gran océano o abismo sobre el
cual flota la tierra, como un disco plano según la imaginación semita, así pues
los muertos habitan debajo del agua (Job
26,5: “Las Sombras tiemblan bajo tierra, las aguas y sus habitantes se
estremecen”, cfr. 38,13-17), los únicos moradores son los muertos ni Satán
mismo es colocado ahí. En el sheol reina una densa oscuridad (Job 10, 21s; Sal
88, 7-13) sus moradores nunca ven la luz, su existencia se caracteriza por la
suspensión de toda actividad (Ecl 9,10), de todo goce (Eclo 14, 12.16); los
muertos ignoran lo que pasa en la tierra (Ecl 9,5, Job 14,21; 21,21; Is 63,18).
En la literatura judía posterior se halla la idea de que por lo menos los
justos tienen conocimiento de lo que sucede en la tierra y pueden rogar por los
vivos (2Mac 15, 12-16). ( De Ausejo,
1987, p. 1828).
En el Sheol no hay relaciones
de ningún tipo aspecto preponderante para el mundo judío, todo aquello que
impida al hombre relacionarse con Dios o con otras personas implica una
desgracia, se relaciona con la muerte; de modo que la enfermedad y el
sufrimiento son vistos como elementos que rompen la relación comunitaria. Por
eso los evangelios presentan a los leprosos como seres despreciados por la
sociedad y además su impureza no les permite acercarse al templo ni la
comunidad, son expulsados, en cierto sentido han muerto para los demás.
Para el judío el verdadero
mal que al que enfrenta la muerte no es la muerte en sí misma sino la falta de
relaciones sociales equitativas, todo acto de exclusión comunitaria del
individuo significa matarlo. El magisterio de la Iglesia toma en desarrolla el
pensamiento judío y le da gran importancia a las relaciones que expresa:
“la salvación consiste en nuestra
unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha
generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos
ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos
unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el
primogénito entre muchos hermanos (Rm
8, 29) (Placuit Deo,4)”.
Y continúa orientando el documento haciendo énfasis en la comunidad:
la mediación salvífica de la Iglesia, «sacramento universal de
salvación»,nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del
individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la
incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la
Trinidad (Placuit Deo, 12).
Continuando con la visión judía. El asunto que la totalidad de la
comunidad trasciende el mundo terreno al punto que al morir todos los seres
humanos justos e impíos van sin excepción al lugar de los muertos (Qo 9,3).
Como todos al morir van al mismo lugar sin importar su conducta de vida,
entonces debe existir un aliciente en esta vida para los justos; de ahí surge
la retribución histórica en la que los beneficios otorgados por Dios se dan en
esta vida, al bueno le va bien al malo le va mal, y si por alguna razón el
bienestar no lo disfruta el justo lo harán sus hijos, es una teología del más
allá.
Sin embargo, esta convicción judía sufre cambios al darse el exilio a Babilonia, un acontecimiento que no hizo distinción de personas, los bienes más preciados como la tierra y la familia se pierden. Aún más los fieles a Yahvé se sienten los más perjudicados pues ven que los que traicionan la Alianza son colmados de bienes, los justos serán ahora los pobres del Señor (anawin). Lógicamente el impacto del exilio marcará la literatura judía, el libro de Job y el Qohélet darán pie a construir una teología más congruente del más allá.
El libro de Job presenta como el protagonista, del mismo nombre, pierde
por influjo del diablo a sus hijos, el ganado, las tierras y queda sin nada, al
punto de exclamar “¡perezca el día en que nací, y la noche que dijo: “Un varón
ha sido concebido!” El día aquel hágase tinieblas… no se añada a los días del
año, ni entre la cuenta de los meses” (Job 3,3-6); claramente este texto
confronta el tradicional pensamiento de la retribución histórica.
Por su parte el Qohélet también pone en entredicho la retribución
histórica “ pues mientras uno sigue unido a todos los vivientes hay algo
seguro, pues vale más perro vivo que león muerto. Porque los vivo saben que han
de morir, pero los muertos no saben nada, y no hay ya paga para ellos, pues se
perdió su memoria” (Qo 9,4-5). Considera lo que vale es estar vivo, aunque
tampoco es una ventaja porque a los buenos les va mal y a los malos bien; ante tal
panorama el corazón del hombre comienza a llenarse de maldad. Luego se pregunta
Qohélet ¿ho habrá otra forma de ver las cosas?
Algunos Salmos van en el sentido que si Dios es justo no es posible que
su justicia se quede en la tierra en donde evidentemente la retribución
histórica no siempre se cumple; debe haber un destino diferente para los justos
e impíos.
¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no
hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi
corazón, mi porción Dios por siempre! Sí, los que se alejan de ti perecerán, tú
aniquilas a todos los que te son adúlteros. Mas para mí, mi bien es estar junto
a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras.
(Sal 73, 25-28).
El hombre en la opulencia no comprende, a las
bestias mudas se asemeja. Así andan ellos, seguros de sí mismos, y llegan al
final, contentos con su suerte. Como ovejas son llevados al sheol, los pastorea
la Muerte, y los rectos dominarán sobre ellos. Por la mañana se desgasta su
imagen, ¡el sheol su residencia! Pero Dios rescatará mi alma de las garras del
sheol me cobrará. (Sal 49, 13-16).
Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas
retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma
al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el camino de la vida,
hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre.
(Sal 16, 9-11).
A partir de esta reflexión se va construyendo otra idea. Ya no se
referirá a los muertos como todo un conjunto común (refaim) sino que empezará a
tratarse el destino de cada uno de manera individual. La vida de cada individuo
toma consistencia particular de modo que el destino del más allá también será
particularizado. Esta concepción deviene en que el muerto deja de ser una
sombra anónima, como se pensaba antes, ahora se entiende como una persona total
pues para recibir la retribución en el más allá debo estar completo en mis tres
dimensiones de basar, nefesh y ruah. Así se va a construir una teoría
consecuente con la resurrección del cadáver, y mucho más adelante el
cristianismo dará un gran salto al resucitar Jesús.
Preguntas que genera el tema:
Fuentes complementarias:
Biblia
de Jerusalén. (2009). Bilbao. Editorial Desclée De Brouwer.
De Ausejo, S. (1987). Diccionario de la Biblia,
Editorial Herder, Barcelona.
Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la
doctrina de la fe a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos
de la salvación cristiana. Recuperado de:
https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/03/01/plac.html
Para el judío el concepto de Sheol es un lugar sin comunicación con Dios, donde no hay oportunidad de relacionarse, de vivir en comunidad, así lo aplicaban a los leprosos, endemoniados y demás en la época de Jesús, prácticamente en vida los enviaban al Sheol.
ResponderEliminarDe allí que el grito de la Iglesia es incorporar a estos a la vida comunitaria, no es solo darles de comer, que si bien no está mal pero se puede convertir en asistencialismo o filantropía, el verdadero concepto cristiano está en HACERLOS PARTE de la comunidad, de mi vida, tomarlos en cuenta.
¿cómo se podrá hacer eso en estos tiempos de pandemia? y no caer en asistencialismo.
Hola Martín, si, el asunto del lugar al que van los muertos, es complicada, usted hace una muy buena explicación desde la parte cristiana, el asunto e que no todos creen en Cristo. para otros el cielo no existe, otros se preparan para una re-encarnación, otros dicen que al morir el cuerpo, muere todo el ser.
ResponderEliminarEs un reto para todo cristiano poder entender esta realidad de la resurrección, cuando la otras creencias son más aterrizadas que la fe cristiana. el cristiano cree en algo que no ve, (de ahí la fe) mientras que creer en que todo se acaba después de la muerte, en más creíble, al menos para los que no tienen fe en Cristo.